32 Temiendo el sumo sacerdote que acaso el rey sospechara que los
judíos hubieran perpetrado alguna fechoría contra Heliodoro, ofreció un
sacrificio por la salud de aquel hombre.
33 Mientras el sumo sacerdote ofrecía el sacrificio de expiación, se
aparecieron otra vez a Heliodoro los mismos jóvenes, vestidos con la
misma indumentaria y en pie le dijeron: «Da muchas gracias al sumo
sacerdote Onías, pues por él te concede el Señor la gracia de vivir;
34 y tú, que has sido azotado por el Cielo, haz saber a todos la
grandeza del poder de Dios.» En diciendo esto, desparacieron.
35 Heliodoro, habiendo ofrecido al Señor un sacrificio y tras haber
orado largamente al que le había concedido la vida, se despidió de Onías y
volvió con sus tropas donde el rey.
36 Ante todos daba testimonio de las obras del Dios grande que él
había contemplado con sus ojos.
37 Al preguntar el rey a Heliodoro a quién convendría enviar otra vez
a Jerusalén, él respondió:
38 «Si tienes algún enemigo conspirador contra el Estado, mándalo
allá y te volverá molido a azotes, si es que salva su vida, porque te aseguro
que rodea a aquel Lugar una fuerza divina.
39 Pues el mismo que tiene en los cielos su morada, vela y protege
aquel Lugar; y a los que se acercan con malas intenciones los hiere
de
muerte.»